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Violación de los derechos humanos

A menudo nuestros análisis sociales, políticos, económicos y religiosos se pierden en la abstracción, imputando “responsabilidades” al sistema, a la estructura.

Ciertamente, vivimos en estructuras de pecado, “éstas se refuerzan, se difunden y son fuente de otros pecados, condicionando la conducta de los hombres”, pero no es menos cierto que tales estructuras “se fundan en el pecado personal y, por consiguiente, están unidas siempre a actos concretos de las personas, que las introducen y hacen difícil su eliminación” (J. Pablo II “Sollicitudo rei sociales, 36).

¿A qué nivel personal vivimos las responsabilidades que operan en las violaciones de los derechos humanos? Los frailes dominicos defendieron que, si era necesario, hasta los bienes del rey debían ser empleados al servicio de los indios. “¿Qué sabemos de la enseñanza social de la Iglesia? ¿Nos preocupamos por conocerla? Si así fuera, no se asustarían algunos pensando que se les quieren quitar los bienes.

No se trata de quitar sino de ofrecer, de cubrir las necesidades de nuestros hermanos.

Empezando por dar todo lo que es arropamiento de poder, quizás propio de otros siglos, cuando ciertos emperadores se hicieron católicos.

Ese bagaje es contrario a lo que Jesús enseñó y vivió.

Los primeros frailes y otros que han llegado después saben que la denuncia sin anuncio, la identificación de los problemas sin la oferta de alternativas, es lo propio de lo que Juan XXIII llamaba “profetas de desgracias”.

Para anunciar hay que tener coraje y, si no va acompañado de la denuncia, presentamos el mensaje incompleto.

Para ello necesitamos discernimiento, inteligencia espiritual, dejando que sea el Espíritu quien nos guíe.

El mensaje del Evangelio es universal, integral, dirigido, como señalaba Pablo VI en la Populorum Progressio, 14, “a todos los hombres y a todo el hombre”, lo que incluye las condiciones de salud, educación, alimentación, vivienda, y todas las necesidades básicas cubiertas.

Hoy, más que nunca, no podemos abolir la religiosidad popular, sino procurar una espiritualidad más allá de la religión.

Espiritualidad que procede del encuentro con Dios en el interior de uno mismo, el Espíritu Santo es quien imprime la ley en los corazones.

Las cosas que proceden del buen espíritu están reñidas con el materialismo.



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