DOS MINUTOS ¿Creer para ver o viceversa?
Lo que me explicó L. de L., famosa oculista dominicana, es sorprendente: si a un niño recién nacido le tapan los ojos y le impiden ver la luz, al cabo de unos años quedará irremisiblemente ciego, para toda la vida.
La razón es que el sentido de la vista se desarrolla por medio del contacto con la luz. Y si ese contacto no se produce, el sentido de la vista se apaga completamente y de manera definitiva.
Sin embargo, en el evangelio de hoy (Juan 9, 1-41) aparece establecido con toda claridad y exactitud, que el Señor le dio la vista a un ciego de nacimiento.
Lo dicen los padres de aquel hombre: “Sabemos que ese es nuestro hijo, y que nació ciego.” (Juan 9, 20).
Y lo dice él mismo: “Jamás se ha oído decir que nadie le haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento...
Sin embargo, lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo”. (Juan 9, 32 y 25).
Que no venga nadie hoy con aquello de “efectos sicológicos”. En este caso, el Señor realizó lo imposible.
Y sin embargo, además de regalarle la visión, el Señor le iba a hacer a aquel dichoso hombre otro regalo mayor.
Me refiero al regalo de la fe. El Señor se le reveló al hombre, y el hombre no se negó a creer, al contrario, respondió: “Creo, Señor, y se arrodilló ante Él”. (Juan 9, 38) El Señor había dicho: “Yo soy la luz del mundo” (Juan 9, 5). Los ojos del que había sido ciego vieron al Señor, y esa luz le produjo de inmediato el desarrollo del sentido de la fe.
Al igual que usted y yo, empezó a vivir una vida que ya no terminará nunca. La fe que le regaló el Señor lo hizo ver la gran verdad. Y la gran verdad es esta: “Lo que el ojo nunca vió, ni el oído oyó, ni el corazón humano imaginó, eso ha preparado Dios para los que lo aman”.
Digamos hoy con Santa Teresa de Lisieux: “Señor, quiero creer. ¡Ayúdame!”
La pregunta de hoy
¿Cómo se consiguen los ojos de la fe?
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Lo primero que sucede es que, de algún modo, la persona percibe a Dios. Dios, movido por su amor, se le manifiesta. Quizás a través de un acontecimiento, de un libro, de una persona, o de cualquier otra manera, Dios se hace presente en su vida. Y la persona lo percibe.
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Lo segundo es el acogimiento. El hombre, libremente, responde a esa iniciativa de Dios dejándose amar, y asumiendo él, por su parte, una actitud de apertura, de búsqueda.
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Finalmente, se establece una relación de amistad y se inicia un proceso de cercanía, durante el cual la persona va siendo transformada en alguien con más amor, más alegría y más paz interior Cada persona, en un momento de cada día, puede experimentar la presencia amorosa de Dios. Y esto será todo lo que necesite para seguir adelante un día más. El único requisito es consentir, consentir a esa presencia, consentir a esa intimidad, consentir, porque todo es obra del amor de Dios.
Fuente: http://listindiario.com.do/