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DOS MINUTOS : ¿Desea usted escuchar al Señor?

Magalys había oído hablar de Dios, pero no le importaba. Ella solo estaba interesada en ella misma, en su belleza... y en su amante.

Sin embargo, un día ella percibió una voz cariñosa que le hablaba desde adentro como un padre, y empezó a comprender que no solo estaba desperdiciando su vida, sino perdiéndose de algo mucho mejor...

Y, un día, también Hugo escuchó a Dios. Y oyó en su interior que le decía: “Yo te amo a tí, Hugo, tú eres mi hijo, mi hijo amado”.

Conozco bien tanto a Magalys como a Hugo. Lo que de ella comenzó hace unos veinte años, lo de él hará unos diez o doce. Ambos en un momento singular de su vida, percibieron la voz cariñosa de un Padre que hasta entonces no conocían.

Desde aquel día, nunca más han dejado de escuchar a Dios en el silencio. Y esas conversaciones han dado fruto. Lentamente, la cariñosa voz de Dios los ha ido transformando en seres de paz.

Precisamente el evangelio de este domingo (Juan 4,5-42) nos narra un caso muy parecido.

El Señor estaba sentado descansando de una larga caminata, sentado junto a un pozo, y llegó una mujer.

Ella no le habló, y él, por su parte, no se suponía que le hablara. ¿Porqué? Porque solo por ser samaritana, era considerada enemiga de los judíos.

En segundo lugar, él era un rabino, y la conversación entre un rabino y una mujer era considerada no recomendable.

Sin embargo, la realidad fue que el Señor le pasó por arriba a todo eso, y le habló. La mujer, por su parte, escuchó. Y en la medida en que se fue desarrollando la conversación fue creciendo su conocimiento de con quién hablaba: primero un simple judío, luego lo llamó Señor, después se dio cuenta de que hablaba con un profeta, luego el Mesías, y, finalmente, el salvador del mundo.

Ahora quisiera preguntarle algo: Si el Señor no tuvo en cuenta si lo merecía o no, y le habló a la samaritana hace 2,000 años, a Magalys hace 20 y a Hugo hace 10, ¿Se le ocurre a usted alguna razón por la que no querrá hablar hoy con usted...?

Si el Señor está vivo y es el mismo, y, por su parte, usted ha mostrado interés en leer esta columna, me parece que esto es una señal clara de que Él desea hablarle, y de que usted desea escucharle.

El mensaje del Señor hoy tiene que ser éste:

“Amigo, quiero hablarte”.

“Si quieres ahora, si quieres más tarde, haz un poco de silencio, y me oirás”.

La pregunta de hoy.

En ocasiones me parece oír una voz en mi interior. ¿Cómo puedo saber si es Dios quien me habla?

Lo primero es que Dios habla en el silencio.

Y lo segundo es que

Dios siempre produce paz.

La voz de ese Padre humilde y tierno nunca produce malestar. “Si alguien te ataca, no es de parte mía”, nos dice el Señor. (Isaías 54,15).

Y además de paz, la voz amorosa del Padre infunde sabiduría para saber qué hacer, y fuerza de ánimo para lograrlo.

La salvación, en resumen, consiste en que el Señor habla... uno escucha... y luego acepta dejarse salvar sin merecerlo.


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